Siempre nos preocupa la buena salud física y también emocional de nuestros pequeños. Y es que por desgracia las enfermedades están a la orden del día. Pero también lo están ciertos trastornos que en sus síntomas nos son muy conocidos, pero de los que desconocemos su origen y lo que es más importante, su tratamiento. Uno de ellos es la tartamudez.
La tartamudez es genética
La disfemia o tartamudez es un trastorno de la comunicación que conlleva que de forma involuntaria se interrumpa el habla y que se suele acompañar de tensiones musculares en la cara o el cuello. Según un estudio de la Fundación Americana de Tartamudez, afecta a 1 de cada 4 niños en Estados Unidos.
Esta investigación apunta a que el 60% de los que la sufren tienen un familiar que padece alteraciones del lenguaje. En 2010 se descubrió que había tres genes asociados a la tartamudez y que por tanto suele ser hereditaria. Aunque también podría coincidir que hubiese otros casos familiares porque los hijos suelen seguir el ejemplo de sus padres, así que si alguno de ellos presentara disfemia el niño podría en ocasiones imitarla. Otra razón de la tartamudez son los traumas emocionales.
Estar atentos
La tartamudez suele empezar entre los 3 y 5 años y evoluciona desde la disfemia que es habitual en esas edades. Se sugiere a los padres que no se les llame la atención, ya que esto podría llevar a convertir algo que en un principio es normal en crónico y además afectar a su autoestima.
Los expertos también comentan que un 75% de los niños de entre 2 y 5 años que pasan por un periodo de tartamudez lo superan. Cuando el problema continúa más allá de los 5 años es el momento en el que se ha de ir a un especialista, que buscará el tratamiento que resulte más apropiado para el niño, lo que incluirá seguramente la ayuda de psicólogos y terapeutas.
Un interesante estudio que nos da buenas pautas para saber cuándo la tartamudez pasa de ser algo normal a convertirse en un problema.