Impensable ¿verdad? Eso me dije cuando conocí Meki. Una población estimada de 60 mil habitantes con un único centro de salud (el nuevo está en construcción ahora) y sin médico titular. Con escasos profesionales y limitadísimos recursos da miedo ponerse enfermo. Aquí afortunadamente ni de lejos nos planteamos ese escenario.
En Meki las infraestructuras no ayudan a la salubridad. La falta de una adecuada canalización de agua potable conlleva la ausencia de higiene que en muchos casos desemboca en graves afecciones, a veces mortales, que con simples cuidados preventivos se podrían haber evitado. La carencia de asfalto y la no menor ausencia de limpieza provoca que cualquier herida queda a merced de virus y bacterias, provocando si no un infección mayor, una eternidad en su cura. En estas condiciones sobreviven diariamente miles de niños que no tienen acceso a un vaso de agua corriente ni a una ducha en condiciones. Los he visto caminar descalzos por charcos infectos y beber de fuentes de dudosa calidad. Así, los parásitos se apoderan de ellos hasta causar enfermedades que difícilmente podrán curar o si lo hacen será después de mucho tiempo y probablemente sobreesfuerzo de la familiar para comprar las medicinas de precios inalcanzables.
¿Veis el panorama? Ahora que estamos a vueltas con la Sanidad en nuestro país, tildada de desastrosa y deficitaria me pregunto (siempre preguntándome cosas ¿eh?) si no es más desastroso no tenerla siquiera. ¿No os resultaría desesperante no tener donde acudir ante una urgencia médica de vuestro hijo? Aquí tendremos que hacer cola pero sabemos que acabaremos atendidos por un profesional, en una sala en condiciones y con posibilidades, en la mayoría de los casos, de comprar las medicinas necesarias. Todo ello, a lo sumo, a una distancia de diez minutos en coche.
¿Nos acostumbraríamos? ¿Y nuestros niños? ¿Sobrevivirían?
Nos contaba este verano María, que vino a visitarnos a Meki desde Afar, al norte de Etiopía, y una de las zonas más secas y pobres del país, que ella misma había llevado al médico, semanas antes en su coche, a un niño que había sido atacado por un cocodrilo (cada uno en sus calles tiene sus peligros). Le había causado heridas graves en la cara y brazo. Le cosieron, sin anestesia, por supuesto, como se cose allí: lo que pudieron. Como prescripción facultativa una “Mirinda” para levantar los ánimos del pequeño que soportó estoicamente la aguja. A los cuatro días, el niño corría de nuevo por la calle.
PS: El mismo día que escribo esto, leo en prensa que en España ya hay poblaciones cuyo servicio médico se cierra y se traslada a 50 km. ¿A qué me recuerda esto?