El inglés me ha abierto muchas puertas. Me ha permitido viajar por todo el mundo, sin dificultad para entablar conversación con quien lo hablara, y me ha proporcionado trabajos. Pero lo más importante es que me abrió la puerta a África. A Ghana me llevó por primera vez de la mano de un grupo de empresarios y a Meki, por pura casualidad.
La lengua oficial en Etiopía es el amárico y se hablan más de cien dialectos. El inglés es una lengua habitual en Addis Abeba, la capital, sede de la Unión Africana, hoteles de cadenas internacionales, embajadas, multinacionales e instituciones oficiales. Aun así, se imparte en las escuelas como segunda lengua. Ni qué decir tiene las posibilidades profesionales que se abren para quien lo domina medianamente. Pero aquí tampoco son suficientes las clases del colegio. El refuerzo externo es bienvenido y no me cabe la menor duda de que puede ser de gran ayuda a estos niños.
En ello centro mis esfuerzos en Meki. La primera vez que llegué tenía tres alumnos. Fue una experiencia piloto. Con ellos pasaba la mayor parte del día enseñándoles algo de gramática, nuevo vocabulario y principalmente expresiones del día a día. Dos años después, cuando volví el verano pasado, todos los niños (excepto los más pequeños) han pasado por mis clases y las trabajadoras del orfanato también. He visto con inmensa alegría cómo se han esforzado e interesado por aprender, cómo todos me pedían clase incluso los domingos, que era nuestro día de descanso, cómo las trabajadoras, también convertidas en alumnas, se resistían a poner fin a sus clases. Es una satisfacción emplear el tiempo en una tarea tan gratificante.
Lo extraescolar para mí se convirtió en fundamental; lo complementario, en principal. A veces no solemos apreciarlo, sea lo que sea. Hoy es mi aportación. Si a mí me ha servido, ¿por qué no a ellos en un futuro?: para acceder a un trabajo que les permita salir adelante en un país no exento de complicaciones. Tal y como comenté en mi post anterior, «Pupitres de madera» la valiosa herencia que podemos dejar está en lo que ahora no podemos ver. Se verá pasados los años.