Solemos quejarnos de que los niños no tienen paciencia, de que tienen prisa para todo, de que no saben esperar… Hace tiempo que yo reflexiono sobre el tema, y cada vez estoy más segura de que gran parte de la culpa la tenemos nosotros.
Hace poco escribía en mi blog sobre el tema bajo el título ¿Hacemos a los niños impacientes?, y quería compartirlo también en Cuidado Infantil.
¿Cuantas veces habéis dicho a vuestros hijos eso de “venga date prisa que llegamos tarde” o “no, no espero más, quiero que vengas ya”? Son frases que, sobretodo entre semana, cuando vamos corriendo para ir al colegio, al trabajo, a las extraescolares, para bañar, para cenar, para acostar a los niños… Están en nuestra boca constantemente, y parece que los niños están obligados a seguirnos sin más, y sin rechistar además, que sino nos enfadamos con ellos.
Pero, ¿qué ocurre cuando pasa lo contrario, cuando es el niño quien tiene prisa; el que quiere que vayamos a jugar con él ya, o el que quiere que esperemos a que termine de hacer su torre de construcciones antes de cenar? Pues que nosotros nos enfadamos, sin más, y encima le decimos que tiene que aprender a esperar…
Al final la vida del niño está llena de contradicciones: le decimos que no pegue mientras nosotros le pegamos en la mano, que no grite mientras nosotros le gritamos al decírselo, que aprenda a esperar cuando nosotros no somos capaces de hacerlo… Es importante reflexionar y darnos cuenta de que somos su ejemplo, para bien y para mal, y hay que ser conscientes de ello muchas más veces de las que lo somos.