Cuaderno de año nuevo

Cuaderno de año nuevo 3 enero, 2013

El once, esa fatídica fecha. Su calendario juliano hace que vivan siete años por detrás de nosotros, por lo que el pasado mes de septiembre entramos en 2005. Digo entramos porque estaba allí.

Ahora, recién estrenado nuestro 2013 recuerdo cómo lo celebramos en Meki: mitad al estilo etíope, mitad al estilo español. Tuvimos nuestra nochevieja particular (allí nadie la celebra). En el orfanato es un día de tremenda ilusión para los niños, por el simple hecho de que se acuestan un poco más tarde de lo habitual, se hace una cena especial y se les obsequia con unas pocas golosinas. Así de sencillo. Como siempre, lo divertido son los preparativos.

¿Cena? Menú hispano-etíope: croquetas, algo de fiambre con el que nos habían provisto los voluntarios recién llegados, tortilla de patata (que hasta las propias etíopes han aprendido a cocinar), injera (pan local). A veces hacemos de las celebraciones un fracaso si nuestros platos no están repletos de comidas caras y exóticas. Pensémoslo ¿es tan necesario?

¿Decoraciones? Muy caseritas, a base de papel y tijeras. Algo de imaginación y de ayuda de los niños. Lo mejor del decorado: oír sus risas.

¿Sorpresas? Algunas fruslerías consistentes en un par de piñatas. No sabéis cómo rondaron intentando ver qué preparábamos para ellos. Los niños son niños en todas partes.

Y así, en una hora en la que en España seguro que alguien se levantaba de la sobremesa, nosotros cenábamos en nuestra cocina-comedor, para al rato retirar mesas, repartir regalitos (incluimos confetti –de elaboración casera, por supuesto- pitos y gorros) y bailar al ritmo de nuestro modesto equipo de música. Los niños lo pasaron en grande. Y yo también.

Hoy, pasados unos día de nuestra celebración española, reconozco que no pude dejar de acordarme en toda la noche de aquella velada de septiembre.  Algo tan tremendamente sencillo me conmovió. Sigo proponiéndome cada año huir del exceso, las celebraciones confitadas y los extras innecesarios. No es fácil porque me veo envuelta en la espiral que nos absorbe por estas latitudes. Me queda el convencimiento de que la mayor parte de las veces lo sencillo es lo que permanece; el recuerdo de unos niños que sin tener nada lo dan todo; la experiencia de que los buenos momentos no vienen envueltos en sofisticados embalajes.

Empieza un nuevo año como páginas en blanco donde poder empezar a escribir de nuevo. Hacemos los listados de propósitos, obligaciones, mejoras. Al menos tenemos esa esperanza de cambio o razones para esperarlo. Pero ¿nos hemos parado a pensar en quien ni siquiera puede esperar ese cambio? ¿Hemos pensado en que el nuevo dígito no supone para algunos sino una sucesión de 365 días sin posibilidad de plantearse un rayo de esperanza? ¿Hemos pensado que hay quienes no abren el cuaderno 2013 porque no tienen nada que escribir?

Me gustaría compartir con vosotros aquella “nochevieja etíope”  y desearos un estupendo 2013, con la esperanza de que el próximo 31 de diciembre sean muchos más los que puedan empezar su cuaderno de año nuevo.

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