Mamá vaca
Mi primer contacto con la metamorfosis maternal fue cuando me «convertí» en mamá vaca: desde que nació mi hija tuve claro que la estaría amamantando cuando y hasta que ella quisiera, y así fue. Ya fuese para comer, dormir o simplemente para tener ese calor y amor que da la teta, yo estaba con mi niña siempre «enganchada». Con mi hijo pasó igual, mi lactancia materna duró un poco menos pero lo que duró fue a demanda y vivido con mucha intensisdad.
Mamá canguro
Otra metamorfosis experimentada ha sido mamá canguro: he cogido y cojo a mis hijos siempre que me lo han pedido, ya haya sido para disfrutar de su cuerpecito o sencillamente para que se durmieran con el vaivén del paseíto. El disfrutar del porteo es una experiencia inolvidable que no tienen precio.
Mamá búho
Y ni qué decir de ser una mamá búho: levantarme por las noches para atender a mis hijos, para darles el pecho o el biberón, o porque se han destapado o tienen tos. O quizás porque hay tormenta y tienen terror. Todas esas idas y venidas nocturnas, que te hacen tener los ojos como búhos al día siguiente y que ni siquiera unos palillos son capaces de aguantar, son algunos de los síntomas que padece una madre nocturna.
Mamá osa
Al igual que ser una mamá osa: que abraza y mima a todas horas a sus cachorritos, así me siento yo, feliz al abrazar a los míos con ese calor que desprenden, aún siendo una mayor.
Mamá pulpo
Y ahí va otra de mis experiencia con la metamorfosis maternales: mamá pulpo. Sí, sí leéis bién. Así me siento y me he sentido en ocasiones. Tener la sensación de que tengo más de 2 brazos porque estoy haciendo varias cosas a la vez: que si la cena, que si quieren la tele, que si corto pan, que si preparar el bocadillo para el cole, la plancha, los deberes, que si me peinas, que si te visto… En fin, sentir que tengo 8 brazos en constante movimiento.
Mamá leona
Y por último, pero no menos importante, ser una mamá leona: esa que protege y si hace falta saca las garras para proteger y defender a los suyos. De momento el peligro no acecha en exceso, pero si fuera el caso ahí estaré yo para sacar los dientes.
Pese a mis metamorfosis casi diarias y cambiantes me siento una madre feliz y muy afortunada de tener los hijos que tengo. Que sí, que en ocasiones me siento cansada y no tengo ganas de jugar, pero la maternidad no tiene precio y ellos tampoco.